Un costeño en Univalle
Un costeño en Univalle
Viñetas del movimiento
estudiantil (1978-1982)
Esta narración gira alrededor de
la Universidad del Valle y el auge del movimiento estudiantil a finales de la
década de los 70 y comienzos de los 80.
El eje es vivencial, pues se trata de mis memorias sobre experiencias
personales en la universidad y en los movimientos sociales, sin involucrar la
militancia ni la vida privada, salvo algunos aspectos tangenciales. Como la
memoria es débil cabe la posibilidad de que algunas fechas o datos pequen de
inexactitud. Simplemente la cuento como
la recuerdo. Ya Gabo sentenció: “la vida
no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para
contarla”.
CONTEXTO Y PRETEXTO. Cuando
se cumplen 50 años de la masacre de estudiantes en Cali ocurrida el 26 de
febrero de 1971 es pertinente compartir algunos recuerdos del movimiento
estudiantil de la Universidad del Valle.
Pasado el fraude electoral del 19 de abril de 1970, el año de 1971 se
caracterizó por las luchas estudiantiles y campesinas que fueron violentamente
reprimidas. La élite agraria colombiana
configuró el llamado Pacto de Chicoral que frenó toda posibilidad de reforma
agraria y con ello el desarrollo democrático del campo. Y el movimiento
estudiantil fue masacrado en Cali con un número no claramente determinado de
víctimas. Los más recordados, Edgar Mejía
Vargas, caído el 26 de febrero y Tuto González, asesinado en Popayán algunos
días después. Todo esto ocurría cuando
Cali iba a ser sede de los Juegos Panamericanos y foco de atención
internacional.
ATERRIZO EN UNIVALLE. En febrero del 71 yo era apenas un estudiante
de bachillerato en Barranquilla que regresaba al país tras un año de
exploración de otra cultura y no tenía noción alguna de política. Así que
realmente me hice consciente del significado histórico de ese febrero cuando
años después me convertí en estudiante de la Universidad del Valle. Univalle no me volvió marxista. Al revés, el marxismo me llevó a
Univalle. Me hice marxista en Curramba,
pero eso es otra historia. Tuve que
presentar el examen de admisión dos veces, pues al parecer hubo fraude en el
primero. En todo caso obtuve el primer
lugar en el programa de Economía. Era
1977 y durante esos primeros meses en Cali viví en dos hogares de melómanos que
coleccionaban música clásica. Así que mi
primera incursión musical en Cali no fue con la salsa sino con los
clásicos. Pero en 1978 el album Siembra
de Rubén Blades y Willie Colón mete a la salsa en el contexto de la música
contestataria en la recta final de los setenta.
Así que fui a buscar la revolución en la ciudad que había adoptado la
salsa como suya y pronto estaría zambullido en ambas. ¡Salsa y revolución, mi pana! En los primeros semestres obtuve becas
parciales por mérito académico y fui monitor de Introducción a las Ciencias Sociales con el profesor Mario Luna,
cuando ya estaba en segundo y tercer semestre.
En uno de esos cursos de los que era monitor, estaba Jaime Perea, de
quien no tuve conocimiento hasta que fue capturado y desaparecido un tiempo,
generándose un movimiento de solidaridad.
Años después conocí a Jaime en la militancia.
RESIDENCIAS ESTUDIANTILES. Vivía en el Bloque 7 de las Residencias
Universitarias, un escenario que algunos comparaban a una especie de paraíso
socialista. El Bloque 3, el más grande, era el de las mujeres. Los bloques 4, 6, 7, 8 y 9 eran de
hombres. Pero tal segregación era
relativa jejeje. Teníamos habitación por
$50 mensuales, desayuno a $5, almuerzo y comida a $8, bus nocturno gratuito,
piscina, canchas y una pista de entrenamiento que bautizamos el
“tontódromo”. Sin embargo, la calidad de
la comida era dudosa, lo cual nos causaba frecuentes malestares digestivos y en
una ocasión generó una protesta en la que llenamos la rectoría de carne podrida
colgando por todas partes. Recuerdo a Taseche en ese evento. Mi compañero de habitación durante un tiempo
fue el pelirrojo sucreño Eliseo, que estudiaba medicina. En una de esas enfermedades digestivas por el
mal estado de la comida, Eliseo me recetó Metronidazol (él tenía una caja en la
pieza, llena de muestras de medicamentos), pero se equivocó en la dosis y tomé
el triple de lo que debía, casi me mata.
Vomité hasta el alma que no existe.
BONANZA $$$. Como yo ganaba
$3600 de monitor y luego $4500, la plata me sobraba. Suelo decir que nunca fui
más “rico” que entonces. Plata que se
iba en libros, ropa y en viajar a la Costa.
Por esa época empezaron a llegar productos chinos taiwaneses muy
baratos, unas camisetas de algodón con bolsillo de un solo color y las famosas
“abuelitas”, zapatillas como las de Bruce Lee, así como relojes digitales
baratísimos. La técnica usual en
Residencias para construir repisas para libros era con ladrillos de huecos en
posición vertical y vidrios como travesaños.
Poco a poco se fue llenando de libros marxistas. Esa fue la segunda biblioteca en mi
biografía. La primera fue la de infancia y adolescencia que había quedado resguardada
en la retaguardia, en casa de mi madre en Barranquilla. No imaginaba que esa nueva y creciente biblioteca
no sobreviviría a los avatares de Univalle.
En casi todas las piezas de residencias teníamos un reverbero y luego
escalamos a estufa eléctrica de un solo fogón.
De noche íbamos a cine en el centro y teníamos bus gratuito esperándonos
frente al CAM a las 9 pm, para llevarnos a Meléndez. En vacaciones aprovechaba mis ingresos como
monitor para viajar a la costa (la Caribe, pues la del Pacífico sólo la conocí
después). Visitar el Tayrona era un plan
y por aquel entonces aún tenía la supercarpa de lona que habíamos fabricado
unos años antes con Atilio y Roberto, amigos del colegio. En una de esas estuvimos haciendo activismo
ambientalista en Atlántico y Magdalena contra el embeleco del parque industrial
que planeaban construir en la Isla de Salamanca. Ganamos, pues nunca se
construyó.
CIRUGÍAS. Otro lujo que teníamos en el paraíso de Residencias era
el servicio médico y odontológico. En una ocasión me salió una “bolita” en el
brazo, así que fui al servicio médico sin mayor preocupación. El médico me dijo que había que operar, sacar
lo que parecía ser un ganglio inflamado y hacerle biopsia. Me alarmé un poco, pero me asusté mucho más
cuando me dijo: “tranquilo, uno no se muere la víspera”. Pero qué vá, todo salió bien, no hubo cáncer
ni nada. Unos 8 años después me hicieron
otra microcirugía ambulatoria para extirparme una bolita de cebo en la
mano. Pero esto fue en Media Luna, un
pueblito ubicado en la Serranía del Perijá.
Ese día jugaba la Selección Colombia que ganó con gol de Bernardo Redín. Creí que aún me acompañaban las 2 cicatrices,
pero acabo de darme cuenta que una, la muy infiel, se borró.
ACHAQUES. Para redondear el tema de salud, la única enfermedad
digna de mención que tuve en esos años fue la hepatitis que me produjo la única
experiencia extracorporal que he tenido en mi vida. Me habían mandado examen de sangre para
diagnosticar la patología. Había que ir
en ayunas, estaba débil y algo mareado y tocaba sacar una jeringa grande de sangre.
Cuando la enfermera estaba extrayendola sentí que me elevaba. Entrecerré los ojos y le dije a la enfermera,
“me estoy yendo”. Me puso a oler una
sustancia que me aterrizó de una. Creo
haberme visto desde arriba, como si estuviera flotando cerca al techo. De la hepatitis no me quejo, la pasé suave,
bien atendido, comiendo 4 veces al día (engordé full) y dejé de tomar trago por
dos años. En otra ocasión tuve un chasco
con una espina que se me enterró en la planta del pie. Ahí duró meses
molestándome y finalmente salió con el siguiente truco: hacer polvo una
pastilla de aspirina y licuarla en alcohol. Y luego se unta en la zona donde
está la espina. Ésta salió “sola”, pero
de recuerdo me dejó un callo eterno. De
lo que más sufrí aquellos años fue de los meniscos. De ambos.
Al parecer este problema surgió por trotar (sin calentar previamente)
por las tortuosas trochas que de Univalle llevaban al lago escondido que
algunos habían descubierto a cinco kilómetros de distancia en dirección a una
zona entre Pance y La Buitrera. Se me
quitó definitivamente cuando viví en la montaña, que es algo más que una
inmensa estepa verde.
CAFETERÍA. La frase
“regálame un hueco” era común en ese entonces, significaba regalar un almuerzo,
el cual se marcaba en una tiquetera haciéndole un hueco con una perforadora. La solidaridad era ley. Aparte de las largas filas y de las carreras
porque iban a cerrar, lo que más recuerdo es la práctica del “cuchareo”. Consistía en que si entraba alguien con
alguna pinta extraña o algún comportamiento raro o llamativo, cualquiera tomaba
la iniciativa y empezaba a golpear en el plato con los cubiertos. Enseguida se iba armando una algarabía de
cucharas y platos, más burlas y abucheos, para bochorno de la víctima. Podía suceder también, que la gente no
secundara al de la iniciativa y éste terminara siendo abucheado para solaz de
los demás. ¿Y cómo olvidar la sopa de
“cuanto-haiga”? El menú variaba diariamente,
pero el viernes era fija una sopa que parecía un revuelto de todos los
sobrantes de la semana.
COSTEÑOS. El día que me mudé
a Residencias, me robaron, mejor dicho me inauguraron. Meses después supe que había sido un costeño,
el hijueputa. En Residencias había
colonias de los que venían de más lejos, como los pastusos o los de
Buenaventura, pero aunque había un cierto número de costeños del Caribe (en
Cali le dicen costeños a los del Pacífico), no había integración entre
nosotros. Tal vez porque la región
Caribe es extensa y uno no viajaba con frecuencia. En el mismo piso que me tocó había un costeño
al que le decían “mamaburra”. En el 6
había un mono que andaba en suecos. Y
así. Conmigo estudiaba la sobrina de
Lisandro Meza, a quien cariñosamente le decíamos “la negra”. Esa amistad sigue viva y no hace mucho nos
vimos en Barcelona y a veces conversamos por videoconferencia, con ella y su
compañero “el mono”.
EL ASESINO. Eliseo, mi
compañero de pieza, varias veces me había hablado de su hermano, un sujeto
problemático, que había estado en el manicomio y en la cárcel por homicidio, y
que representaba para él una carga pesadillezca. Se suponía que el hermano
permanecía en la Costa, pero un día supimos que andaba por Cali. Una noche tocaron la puerta de la
habitación. Abrí y vi a un sujeto que
parecía un Vincent van Gogh en miniatura con intensos ojos azules y mirada de
loco. Tal mirada era auténtica porque
efectivamente estaba loco. Lo hice pasar
y nos pusimos a conversar de filosofía (¿de qué otra cosa hablan los locos?) mientras
llegaba Eliseo. Pasaron las horas y
Eliseo nada que llegaba. El hermano me
contó su estadía en la cárcel y luego me contó con lujo de detalles como
asesinó a cuchillazos a un man. Hizo toda la performance, la gesticulación de
su agresión y mientras simulaba estar acuchillando a una persona decía
emocionado: “y entonces lo cogí y… ¡chú! ¡chú! ¡chú! … le zampé tres
puñaladas!”. Y Eliseo no llegaba. A media noche decidimos que había que dormir,
que se quedara ahí en la cama de Eliseo.
Y así fue, pero esa madrugada dormí con un ojo cerrado y el otro
abierto, cagao del susto.
CURSO. Mi primer escenario político
fue mi propio curso de la carrera de Economía.
En ese microcosmos habitaba casi toda la izquierda, cual si fuese una
muestra representativa de toda la universidad.
Teníamos presencia de la Juco, Jupa, FER (que después sería Sin-Permiso
y que era fachada de dos o tres siglas M-L), PSR (troskos), M19, Firmes,
Anarcos, los M-L. Faltaban quizás el PST
(troskos), los elenos, Alborada (PLA).
En fin, toda la fauna de la selva izquierdista. Eran los tiempos de picar y moler. Picar era escribir a máquina en sténciles y
moler era imprimir chapolas en mimeógrafos (y a veces en sofisticado off-set). Mi timidez natural fue vencida por mi
entusiasmo revolucionario. Primero
aprendí a echar discursos en mi semestre, luego pasé a las asambleas de
facultad y finalmente a la asamblea general.
Fue un proceso rápido de formación discursiva y de aspectos organizativos,
de agitación y movilización. En mi curso
estaba Armando Aramburo que murió en el Chocó en 1981 y Laureano Restrepo, el
mocho, gran amigo de Jamundí sobre el cual puede escribirse un libro y a quién
le decíamos √2
(raíz de dos), por lo bajito. A Laureano
me lo traje para el Caribe antes de que ganara fama en Siloé en 1985. Dejando aparte lo político, recuerdo su
hazaña de atravesarse nadando toda la bahía de Santa Marta. En otra ocasión nos fuimos de Barranquilla a
Santa Marta en dos bicicletas chuecas y sin agua. Casi morimos de sed en Salamanca. Laureano sobrevivió a los años 80, pero en
los 90 encontró su trágico final.
KUNTA KINTE. En mi curso
estudiaba un muchacho negro, que vivía en Meléndez y era también trabajador de
la Universidad y miembro del sindicato.
Se llamaba Eulides Blandón. Pero
mi cercanía con él surgió porque le gustaba el vallenato, e incluso tenía un
programa radial de vallenato, el único en Cali.
Yo había incursionado en la música de acordeón a partir de 1975 y llegué
a Cali con la fiebre, pero me encontré que la salsa antillana era hegemónica y
que el vallenato no se oía, salvo Lisandro Meza. En fines de semana me iba a pie a Meléndez, a
unas parrandas vallenateras que armaba Eulides con la particularidad de que yo
era el único blanquito en el combo de negros y negras. Pero Eulides no se metía en el movimiento
estudiantil ni en militancia política.
Así que con los años le perdí la pista, yo me regresé al Caribe en
1983. Y en los siguientes años tuve dos
noticias de él. La primera, que se había
convertido en líder del movimiento afrocolombiano del Valle del Cauca con el
apodo de Kunta Kinte, personaje de la serie de televisión estadounidense Raíces, famosa por la época. Lo ví por televisión nacional y fue grato
notar su progreso como líder social. La
segunda fue triste. El noticiero informó que lo habían asesinado en la vía de
Cali a Buenaventura, más allá del km 18.
DIEGO EN CONTRAVÍA. Otro
estudiante de mi curso era un bugueño gordito, jugador de fútbol, fresco,
perezoso, apático frente al movimiento estudiantil. Con Diego era fácil hacer amistad. Vivía en el cambuche del bloque 9 (los
cambuches en los extremos de cada piso eran más grandes que las piezas y en
ellos habitaban montoneras de estudiantes), espacio en el cual también vivía
Álvaro, otro estudiante de Economía de semestre más avanzado y que era campeón
nacional de pesas. Con Diego solíamos
estudiar, pero en el primer semestre de 1979 ese cambuche fue mi lugar favorito
para ir a escuchar Radio Sandino, pues ellos tenían radio de onda corta. Y
desde allí vivimos las emociones de la ofensiva final del FSLN que llenó de
euforia a mi generación en el continente.
A pesar de eso Diego nunca se convirtió en activista estudiantil
mientras tuvimos contacto. Pasaron los
años y cuando regresé a Cali en 1990 me llevé la sorpresa de que Diego se había
metido con los elenos. “Cuando tú vas,
yo ya vengo”, pensé. Después supe el
chisme que se había emparejado con una suiza y andaba por Europa.
EL G.A.T.O. En 1978 mi
fiebre de primíparo activista era intensa.
Por ejemplo, me pasé una noche sin dormir escribiendo los estatutos de
una organización estudiantil. Ha sido,
quizás, la única época en mi vida en que no quería que llegara el viernes y
durante el fin de semana ansiaba que llegara el lunes. El primer proceso que lideré fue crear el
Grupo Amplio de Trabajo Organizativo (GATO), que empezó en el curso y se
extendió por la Facultad de Sociología y Economía (creo que no se llamaban
facultades sino Divisiones por entonces).
Eso llevó a que me apodaran “el gato”, mucho antes de que surgiera el
otro sobrenombre, “El Búho”. Pero el
GATO fue un logro intermedio para constituir luego el C.E.S.E., Consejo
Estudiantil de Sociología y Economía, que se integraría a la Federación de
Estudiantes de la Universidad del Valle, la FEUV, sigla que ya había hecho
historia en 1971. Eso era lo que
llámabamos organización abierta o gremial.
Pero yo tenía claro que había que crear organización semicerrada, esto
es, brigadas estudiantiles, y así lo hice en 1979. No hubo acuerdo sobre el nombre para esta
brigada que llegó a tener unos 15 integrantes, así que se conoció en el
mundillo de Residencias y del movimiento estudiantil semicerrado como “el combo
del costeño” o “el combo del Ñero” (Ñero se le decía a los barranquilleros,
aunque en Bogotá le dieron otro significado a esta expresión lo que ha llevado
a su extinción como apelativo a los barranquilleros). Entonces sucedía algo bien curioso: en la
“coordinadora de combos” del movimiento estudiantil semicerrado, aparecían
todas las siglas de la insurgencia, los anarcos y…. “el combo del Ñero”. Eso no duró mucho porque había que pasar a
las grandes ligas. De los que estuvieron
en esa brigada estudiantil varios murieron en los años subsiguientes: Mauricio
(el segundo mocho, en Petecuy), Gabriel (en el Cauca), Roselia (en Quindío).
Armando y Laureano –que eran de mi curso- también, aunque ellos ya estaban en
grandes ligas cuando colaboraron por los lados con la brigada.
EL MURO. Una vez se creó el
CESE y se reconstruía la FEUV, creamos el periódico estudiantil El Muro. Lo lideraba William, un compañero muy joven y
acelerado que ahora vive en la Florida, donde lo visité en este siglo. Lo apodamos, “telebolito”, sobrenombre que
nunca le gustó y que provenía del primer videojuego comercial de la
historia. Menciono El Muro porque en un
número hicimos un homenaje a los hechos y protagonistas de 1971, pretexto de
este texto. Y para portada escogimos una foto del graffiti (pinta o rayado lo
llamábamos) más antiguo de Univalle, que estaba en la sede de San Fernando en
una pared que daba para la cárcel del Buen Pastor (cárcel de mujeres). Tiempo
después la Circunvalar pasaría por ahí.
Pues bien, la pinta en brocha decía: Libertad
para Gustavo Vivas. No conocíamos
bien el papel de Gustavo en el 71, sólo que era el hermano de Nelly Vivas y eso
era suficiente. Muchísimo después, en
2015, conocí a Gustavo en Valencia, España, cuando fui con el “Mono” a la
Universidad Politécnica de Valencia (por ahí tengo un cartón de Gestión de
Proyectos de la UPV). Hablamos mucho ese
día, pero no recuerdo que me hubiera contado sobre su captura en 1971.
AUGE DEL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL.
Después de las luchas de 1971 el movimiento estudiantil se fue apagando
y pasaron como 7 años de reflujo. Entre
1979 y 1981 (y quizás años subsiguientes) el movimiento estudiantil caleño y el
de nivel nacional, vivieron un tremendo auge, aunque la historia parece
recordarlo menos que el de 1971. Con el
Paro Cívico Nacional de 1977 (que me cogió en Barranquilla, no en Cali), la
unidad obrera en el Consejo Nacional Sindical (CNS) y la creciente acción insurgente,
las luchas sociales iban en ascenso a pesar del Estatuto de Seguridad y el
Estado de Sitio impuestos por el gobierno de Turbay y su ministro Camacho
Leyva. Desde la perspectiva actual es
claro (y medible en cifras) que las décadas de los 70 y los 80 marcaron el auge
de los movimientos cívicos, barriales, populares, producto del proceso de
urbanización forzada e informal que había sufrido el país, constituyendo
cinturones de miseria en las grandes ciudades, carentes de servicios
públicos. En los municipios pequeños
también se manifestaba la carencia de infraestructura. El movimiento estudiantil de Univalle empezó
a reactivarse en 1978 y fue mi primera escuela de liderazgo social y
político. El año de 1979 empezó con la
recuperación de 5 mil armas por el M19 en el Cantón Norte y la represión
generalizada generó respuestas de las reservas democráticas, como el primer
Foro Nacional por los Derechos Humanos en marzo de 1979. Ese fue también el semestre de la ofensiva
final sandinista. El ambiente estaba
caldeado y había condiciones para saltar a un nuevo nivel.
LA TOMA DE LA ERMITA. En el segundo semestre de 1979 el movimiento
estudiantil univalluno da un salto cualitativo a partir de un hecho político de
alto impacto: la toma pacífica de la más emblemática de las iglesias de Cali,
la Ermita. El hecho, inspirado en
acciones similares en Nicaragua, se gestó mediante la coordinación semisecreta
de varios combos organizados y cayó por sorpresa en la ciudad. Una mañana de octubre un grupo de más de 20
estudiantes entró a la iglesia, sacó amablemente a todos los presentes, cerró
las tres puertas y las trancó con montones de bancas. Las tres puertas tenían un calado o enrejado
que permitía a los tomistas colgar unos carteles con el pliego de peticiones y arengar
a la multitud de curiosos que se aglomeraba frente a la iglesia que está
ubicada en una zona central y muy transitada de la ciudad. Simultáneamente, los que estábamos afuera
desarrollamos múltiples actividades de propaganda por toda la ciudad. La toma duró varios días, mientras se desarrollaban
negociaciones con las directivas universitarias. Se convirtió en noticia nacional y, por
supuesto, en el principal hecho noticioso local que copó los medios de
comunicación. En esos años los medios
casi no daban voz a los movimientos sociales, pero esta vez no podían eludir el
insólito evento que atraía la atención de todos. Tres aspectos hay que destacar de esta acción
histórica. El primero es la gigantesca
solidaridad del pueblo caleño que no sólo se pasaba en romería multitudinaria frente
a la iglesia sino que obsequiaron a los tomistas cantidades enormes de comida
(enlatados, pan, galletas, pasabocas, sánduches, etc). Cómo sería esa manifestación solidaria
popular que cuando la toma terminó varios días después, los tomistas salieron
con costales llenos de comida, la cual se repartió entre activistas en las
residencias estudiantiles. Tuvimos
enlatados regalados para rato. En
segundo término, la lucha reivindicativa fue exitosa, la negociación con las
directivas concluyó en un acuerdo victorioso que reconocía varios puntos de las
exigencias estudiantiles. Con este
triunfo político, que tuvo por supuesto la solidaridad de profesores, empleados
y trabajadores de la universidad, el estudiantado se movilizó a escalas que no
se veían desde 1971. Los estudiantes
adquirieron nuevos niveles de conciencia y participación, convirtiendo al
movimiento estudiantil en un verdadero movimiento de masas. Y en tercer término, el hecho tuvo un efecto
pedagógico, se tornó en un ejemplo para los movimientos sociales a nivel
nacional. Las tomas de iglesias como
forma de lucha se popularizaron en Colombia.
A partir de entonces empezaron a producirse decenas de tomas de iglesias
a lo largo y ancho del país, especialmente por parte de los movimientos cívicos
que por entonces iban en ascenso.
LA RESURRECCIÓN DE LA F.E.U.V.
Tras la toma de la Ermita empezó el proceso de reorganización de la
FEUV. Se construyeron Consejos
Estudiantiles en todas las Facultades y se constituyó el Comité Ejecutivo
Provisional de la FEUV del cual hice parte.
En la negociación de la toma se logró que se le entregara a la nueva
FEUV de un amplio local en bajos de cafetería, así como salones o espacios para
todos los consejos estudiantiles y en algunos casos hasta con mimeógrafos. Hay que recordar que en aquella época los
consejos estudiantiles en universidades y colegios eran organizaciones
gremiales no reconocidas ni oficiales, en algunos casos tenían que ser clandestinos
por la represión institucional. Pero la
toma de la Ermita obligó a las directivas universitarias a reconocer la
organización estudiantil hasta el punto que se instituyó que al matricularse
cada estudiante pagaba automáticamente una cuota de $50 para la FEUV. Este logro fue vital, pues ahora teníamos una
organización fortalecida con infraestructura y recursos. Sin embargo, nunca se planteó la
representación estudiantil en el Consejo Directivo. Ese tema del cogobierno era prohibido en la
izquierda, sinónimo de mamertismo. Mi
primer cargo en el Comité Ejecutivo Provisional fue tesorero, tal vez porque
estudiaba economía. Tuvimos que sacar
una cuenta bancaria, pero la FEUV, a pesar de su reconocimiento no tenía, ni
llegaría jamás a tener, personería jurídica.
Sacamos la cuenta a nombre de tres dirigentes estudiantiles y por
primera vez en mi vida tuve chequera -¡vaya lujo!- aunque en realidad no era
mía sino de la FEUV. Los tres dirigentes
teníamos firma válida para los cheques, pero era obligatorio que hubiese dos
firmas en cada cheque. En la mística
revolucionaria de la época el criterio moral era riguroso, todo individualismo
resultaba repugnante. Por ello había
plena garantía de la honestidad a toda prueba de los escogidos para manejar el
fondo de la FEUV. De ello doy fe, pero
el asunto tenía también su formalidad: la universidad nos entregaba una parte
de lo recogido en la matrícula y nosotros llevábamos la contabilidad y
facturas. Cuando el fondo se estaba agotando, pedíamos un nuevo desembolso, pero
para ello había que legalizar lo gastado con su respectivo informe financiero y
soportes. En la FEUV no había
presidente. El máximo cargo era el de
Secretario General, como en la tradición de los partidos comunistas, sólo que
en el caso de la FEUV no había uno, sino dos Secretarios Generales que además
no podían repetir período. Si mal no
recuerdo los dos primeros fueron Ricardo y Omar. Más adelante lo fuimos Hennio y yo. A Hennio lo mataron algunos años después en
la puerta del pequeño negocio de su familia.
PATRIA E IDENTIDAD. La izquierda revolucionaria era
internacionalista, por supuesto, y planteaba la liberación nacional. Pero rechazaba todo símbolo patrio como la
bandera tricolor, el himno nacional, y eran indiferentes a las fiestas patrias,
pues todo eso era “burgués”. Hasta Simón
Bolívar era considerado un burgués por algunos, aunque otros sí asumían su
faceta anti-imperio. El cura Camilo era
venerado, Gaitán no tanto y Uribe Uribe nunca.
Los símbolos predominantes eran la bandera roja o rojinegra, el himno de
la Internacional, la hoz y el martillo y la iconografía de puños y fusiles en
alto. La llamada “canción social” o “de
protesta” imperaba, la nueva trova, Mercedes Sosa, Victoria Parra, Alí Primera
y otros por el estilo. Y los poemas de
Mario Benedetti que parecían propiedad de Sin Permiso. Todo eso empezó a cambiar a partir de 1980
cuando implementamos el uso del himno nacional y la bandera de Colombia en los
actos político – culturales. Cuando
cantábamos el himno nacional todos los estudiantes se ponían de pie, menos los
revolucionarios, anarcos y demás radicales de izquierda. Ellos mismos se auto-aislaban y empezaron a
perder espacio político. Demoraron años
en entender la importancia de la identidad cultural. A partir de 1980 introdujimos otras novedades
en el vocabulario de la izquierda y el movimiento estudiantil: paz, democracia,
amnistía, derechos humanos. Estos dos
últimos temas muy relacionados con los presos políticos. Bolívar, Gaitán y Uribe Uribe entraron al
panteón, opacando un poco al Ché y Camilo.
A comienzos de los 80 creamos el CUS, Comité Universitario de
Solidaridad, que tenía su local en los bajos de ciencias y jugó un papel
importante en esta evolución.
MAMERTOS. Es una ironía de
la historia que el adjetivo burlesco “mamerto” hoy se le aplique a cualquiera
que sea medio de izquierda o medio progresista o alternativo, incluso a
liberales y gente del establecimiento y, por supuesto, a toda la izquierda. Ese calificativo peyorativo y sectario fue
acuñado por los jóvenes radicales de izquierda para burlarse de los militantes
del partido comunista y la Juco por su moderación. Originalmente significaba algo así como
inconsecuente con la revolución y el combate.
Por ejemplo, como verbo, “mamertearse” era echarse para atrás,
acobardarse. Ser mamerto era eludir la
confrontación con la fuerza pública, ceder en las formas de protesta evitando
los riesgos de un choque violento (lo cual podría asociarse con la cobardía y
no sólo con una posición política o táctica).
Como actitud era un pacifismo excesivo.
Y sin duda era un insulto. Pero
la Juco era una minoría en la izquierda de Univalle. En las elecciones a la
FEUV, de la que hablaré más adelante, apenas lograron elegir un
representante. Sin embargo, a nivel
nacional el asunto era distinto. Los
“mamertos”, es decir los comunistas, tenían una fuerte organización
supuestamente gremial pero hegemonizada por ellos: la UNEC, cuyo máximo
dirigente era José Antequera, asesinado años después en el aeropuerto El
Dorado, el mismo atentado en el cual fue herido Ernesto Samper que sería
presidente en el período 1994-1998. La
FEUV era mayoritariamente anti-UNEC.
Aunque era una organización de sólo Univalle, la FEUV comenzó a jugar un
papel de liderazgo en el movimiento estudiantil nacional, una especie de
contrapeso al liderazgo de la UNEC. Pero
hay una anécdota graciosa que muestra los límites del anti-mamertismo. Resulta que la UNEC, astutamente, le ofreció
a la FEUV un viaje a Moscú con todo pago a uno de esos encuentros mundiales
juveniles o estudiantiles que hacían los comunistas de la línea soviética, como
el que narra García Márquez en su libro de crónica De viaje por Europa del Este.
Enseguida se armó la trifulca más o menos amistosa para decidir quién,
del Comité ejecutivo de la FEUV, iría a la URSS. Esa escogencia por votación la ganó Hennio,
militante de uno de esos grupos M-L antimamertos que florecían en los setenta y
dirigente de Sin-Permiso.
SIN-PERMISO. Cuando entré a
la universidad la organización más fuerte era el FER, Frente de Estudiantes
Revolucionarios, cuyo principal dirigente local era Javier Moreno y le seguían
otros como Ricardo, Poncho, Hennio. Al
igual que otras organizaciones políticas estudiantiles, el FER era una
estructura intermedia entre varias organizaciones de izquierda ilegales y el
gremio estudiantil y tenía presencia en las principales universidades del
país. Hacia 1978 o 79 cambió su nombre
por Frente Estudiantil Sin Permiso, un buen golpe publicitario pues este nombre
resultaba mucho más atractivo para el estudiante promedio que no solía ser
propiamente revolucionario. Sobre todo era fuerte en las facultades de
ingeniería y ciencias. Durante mis
primeros meses en la universidad me acerqué a diversos grupos para conocerlos
mejor. Uno de ellos fue el FER, pues
allí participaba Laureano Restrepo, a quien ya mencioné y que estudiaba en mi
curso. Otro compañero del curso, Carlos,
que era de la Juco, me invitó a un Círculo de Estudio.
CÍRCULOS DE ESTUDIO. Se ha
dicho que la izquierda es la cantera de cuadros de la derecha. En efecto, la izquierda setentera tenía gran
capacidad de formación intelectual de la juventud pues el marxismo, el
psicoanálisis y la teoría de la dependencia dominaban en las ciencias sociales
humanas (pero enfrentadas al estructural-funcionalismo anglosajón, el
estructuralismo francés, el monetarismo de la escuela de Chicago). Era común que en colegios, universidades y
otros espacios juveniles se organizaran grupos de estudio. Había muchas editoriales y librerías de
izquierda como La Carreta, Oveja Negra, Tigre de Papel, El Zancudo (el único
contra quien el gringo nada pudo). A
nivel de América Latina también, especialmente en México (en menor medida
Argentina y España). Se pirateaban a
tutiplén los clásicos de la literatura y el pensamiento y se vendían barato en
la calles o en los pasajes de la universidad. De China y la URSS llegaban los libros de los
clásicos marxistas a precios irrisorios ($5 a $10). En el programa de Economía, por ejemplo,
estudiábamos teoría marxista en las materias sociales, históricas y veíamos
teoría económica marxista I y II. Cuando
llegué a Univalle ya había leído obras de Marx, Engels, Lenin, Plejanov, Fidel,
Guevara, Huberman, Althusser, Dobb, Sweezy y colombianos como Arrubla y Zuleta.
Y por supuesto los manuales de Nikitin,
Politzer, Harnecker y el libro de Oparin. No leía a Trotsky ni a Stalin, y aunqué si leí
a Mao, nunca fui maoísta, ni trotskista ni stalinista. Mis simpatías estaban con Cuba y en la
geopolítica con la URSS. Pero el libro
colombiano que se volvió de cabecera fue Los
verdaderos dueños del país de Julio Silva Colmenares, el cual mostraba la
propiedad de las grandes empresas y oligopolios nacionales. No obstante, para entonces no había leído la
obra suprema de todas, la biblia máxima, El
Capital de Karl Marx. Así que cuando
Carlos me invitó a un círculo de estudio para estudiar El Capital con la conducción del ilustre profesor de matemáticas
Guillermo Restrepo, asistí complacido.
Escudriñamos hasta la última coma del capítulo 1 durante largas semanas,
pero a ese ritmo nos demoraríamos hasta el siglo XXI (a la postre lo leí por mi
cuenta ese mismo año). Además las
sesiones eran salpicadas con otros aportes, como un poema que un día soltó un
dirigente de la Juco externo a la U. El
poema se titulaba La dialéctica existe. Ese esperpento panfletario se me grabó en la
memoria poética, qué ironía, y aún me carcajeo cuando lo recuerdo. Cada párrafo terminaba: “porque, compañero,
la dialéctica existe”. Al cabo de los
años Carlos como que dejó la militancia y se dedicó al arte y la bohemia. Mi incursión en las cercanías de la Juco no
duró ni un semestre. Tampoco me integré
al FER. Al Moir siempre lo vi como lo
peor de la izquierda o como derecha infiltrada.
Y aunque tenía novia trotskista no me atraía para nada una línea que
nunca había hecho una revolución. Cuando
empecé a tener cierto liderazgo estudiantil yo era un independiente.
ANARCOS. Con su popurrí de
líneas partidistas, la izquierda era hegemónica en el movimiento
estudiantil. Pero había un sector
especial, sui generis, que no encajaba en el marxismo, el leninismo o en
partido alguno: eran los Anarcos. Ese
apelativo era como una razón social para un sector del movimiento estudiantil
que rechazaba a la URSS, a China, a Cuba, a Albania, a la IV Internacional y
todo lo que tuviera olor a partido político, con sus jerarquías y “centralismo
democrático”. Los anarcos eran
antiorganización. Supuestamente bebían
de la fuente de Bakunin, Kropotkin y otros clásicos del anarquismo. Estaban
prestos a las pedreas que eran su ámbito natural y la reorganización de la FEUV
no fue muy de su agrado, pues tampoco le jalaban a la organización gremial. Su
tesis eran dizque las “microguerrillas corporales” o “ejércitos de un solo
hombre”. Después de que Eliseo se fue,
el siguiente compañero de pieza que tuve fue Armando, un anarco estudiante de
filosofía que hoy vive en EEUU con su compañera que estudiaba conmigo. De ácido humor, lector de Antonin Artaud y
filosofía continental (empezaba la fama de Foucault), flaco y desgarbado, este
palmireño me apodó “el murciélago”, pero no tuvo éxito en propagar ese
sobrenombre. Nunca estábamos de acuerdo,
pero nos respetamos. Con otros anarcos
el asunto fue más pesado, casi de enemistad.
Pero el anarco más famoso de esos tiempos fue Taseche, que después sería
buen amigo mío en Bogotá cuando yo viví en la capital y él tenía un bar de
salsa cerca a la Universidad Católica.
Taseche vivía en residencias, tenía como 5 perros, echaban unos
discursos sumamente locos y originales, organizaba misas negras en el Parque
Freud, todo un personaje. Años después
una mujer lo domesticó y lo volvió mansito.
El principal punto de conflicto entre los anarcos y la izquierda
organizada fue la droga.
EL AEROPUERTO. Al lado de
atrás de la cafetería se reunían los fumadores de marihuana (en la costa se les
llama “burros”, en Cali se les decía “caballos” u otros apelativos). Ese combo se solapaba y confabulaba con los
anarcos. Allí se pegaban su “traba” y se
echaban un “picaíto” (partido de fútbol).
Ese lugar era popularmente conocido como “el aeropuerto” por razones
obvias. La venta de drogas en la
universidad y en Residencias en particular era vista como un problema por los
sectores del movimiento estudiantil que estaban ligados a organizaciones
clandestinas. Tanto el microtráfico como
el consumo de drogas eran considerados un problema de seguridad que atraía a la
represión, facilitaba la infiltración de “tiras” (agentes encubiertos) y podía
prestarse para justificar un allanamiento con graves consecuencias. La captura o el soborno de un mariguanero
podía muy bien ser una manera de obtener información sobre los militantes
revolucionarios. De hecho, se hablaba
con nombre propio de algunos de ellos como “sapos” o informantes. En un contexto más amplio la contracultura
hippie en EEUU –ya casi desaparecida- que había sido contestaria y componente
importante de la oposición a la guerra de Vietnam, era considerada propia de
una nación decadente, una especie de descomposición social lumpesca (no era mi
pensamiento pues fui influído por esta contracultura; mi única aproximación a
la mariguana había sido en Barranquilla con Diego Marín Contreras y su amigo
“Aracataca”). La moral revolucionaria
rechazaba la droga, no por ascetismo, sino porque se consideraba alienante,
como lo era el alcohol conque se emborrachaban las masas populares para escapar
de sus problemas, en vez de enfrentarlos con la lucha. Además, para el militante insurgente la
borrachera (“rasca” le decían en Cali y “pea” en la Costa) o la “traba” con
alucinógenos eran una falla de seguridad, prohibida dentro de las reglas de la
clandestinidad. Ese conflicto entre
revolucionarios por un lado y anarcos y mariguaneros por el otro, tenía que
estallar. Y estalló. En varias ocasiones hubo enfrentamientos,
destrucción de cambuches, amenazas.
LA VALLA. En la esquina de
entrada a la Ciudad Universitaria (hoy sería donde la Paso Ancho alcanza la
Panamericana) había una valla grande (unos 30 metros cuadrados) altamente
visible, donde diferentes sectores del movimiento estudiantil pegaban inmensos
carteles murales pseudoartísticos y bastante panfletarios hechos con brocha en
papel y untados con engrudo. El
antimperialismo era el tema más frecuente y denuncias contra el régimen. En alguna ocasión, no recuerdo fecha pero
creo que fue durante vacaciones, la soldadesca se llevó la valla con hierros,
bases y todo. La respuesta del movimiento
estudiantil de residencias, los que no nos habíamos ido de vacaciones, fue
hacer lo mismo con una valla que tenía el recién inaugurado centro comercial
Unicentro, arrancarla, traerla para Univalle y para que no se la volvieran a
llevar, la pusimos en la azotea del Bloque 6 de tal modo que se viera desde la
calle y sobre todo desde los buses que pasaban.
Para conseguir cemento y otros elementos de construcción tuvimos que
“asaltar” unas obras que la universidad estaba realizando por los lados de ingeniería. Para poder entrar a esa bodega había que
meterse entre una reja y unos vidrios, por lo que se necesitaba alguien bien
flaco. Por esa época yo era peso pluma,
así que me colé entre los barrotes y fui pasando el material de construcción
que necesitábamos para las bases de la nueva valla. El trabajo colectivo voluntario se hizo
durante varios días. En otra ocasión,
durante una de tantas pedreas, la tropa nos había hecho replegar y nos habíamos
refugiado en la azotea del Bloque 6 donde estaba la valla. Ese día la tropa estaba bastante agresiva
disparando a granel. Nos parapetábamos
detrás del muro de la azotea. Recuerdo
que en eso llega caminando el mono Wilson de Contaduría, que también sería
tesorero de la FEUV y un compañero de una solidaridad admirable. Se puso al lado mío sin agacharse demasiado y
me preguntó: ¿qué es eso que suena? Eso es el zumbido de las balas, gran
marica, agáchate que te van a dar. El
combate siguió y me fui para otro lugar.
Al día siguiente me encuentro al Wilson con el brazo vendado. ¿Y que te pasó? Le pregunté. Me hirieron con una bala. Efectivamente, el huevón como que no creyó
mucho lo de las balas que zumbaban zzzziiiiinnngggg!!! sobre nuestras cabezas y
una le rozó el brazo, afortunadamente sin mayores consecuencias.
CAPTURAS. En la más grande
de todas las pedreas que hubo en esos años fui capturado. Junto a la Panamericana había un monte alto
con poca visibilidad y en una arremetida de la tropa los estudiantes se
repliegan pero yo quedé rezagado pues no alcanzaba a divisar bien qué estaba
pasando. De pronto me vi rodeado, por un
lado la policía y por el otro el ejército.
No había escape. Alcé los brazos,
pero de nada sirvió. Se vinieron encima unos y otros y me reventaron a
culatazos, bolillo, patadas y quedé tirado en el piso en un charco de
sangre. Sólo recuerdo que vi el montón
de sangre que pasaba de mi cara al brazo y pensé: por lo menos puedo ver,
quiere decir que no me jodieron los ojos.
Me habían reventado el cráneo, la cara, las canillas. Me obligaron a caminar y me llevaron a
empujones. En la pana había un
trancón. Me pasaron por entre la fila de
carros llevándome hacia la jaula. En ese
momento pasaron dos cosas que no olvido.
Uno de los carros era como una Van con párvulos, niños muy pequeños que
me miraban aterrados por las ventanillas, pues yo estaba como un cristo
ensangrentado. En eso viene corriendo
desde lejos un policía jovencito, con el único fin de zamparme un
bolillazo. Alcancé a meter el brazo para
impedir que el bolillo me golpeara la cabeza ya reventada. El bolillo es rompió
contra mi antebrazo. Nos llevaron a una
estación de policía que queda cerca de la primera con 34. Pero de todos los estudiantes presos yo era
el que se encontraba en peor estado.
Casualmente, sin que yo siquiera lo supiera, mi hermana había llegado
ese día a Cali. Por eso me sorprendió
muchísimo verla cuando vino a rescatarme en horas de la noche y llevarme para
una clínica. La policía me soltó debido
al estado en que me encontraba. Me cogieron
puntos en la cabeza, en la cara junto al ojo, en las canillas. Todavía se notan
las cicatrices. Las conservo con mucho
cariño. Por supuesto estaba todo molido,
moreteado, adolorido. Al principio uno
no siente tanto el dolor, como se suele decir, “el cuerpo está caliente”, pero
cuando se “enfría” surgen los padecimientos.
Dos días después me fueron a visitar los amigos, entre ellos el Pinino,
que era mi nuevo compañero de pieza. Y
se produjo lo que me temía: se presentaron las dos novias, la caleña y la palmireña. Aunque ese asunto ya venía complicado pues no
sólo se conocían sino que vivían en la misma pieza del Bloque 3, segundo piso,
donde poco después se presentó un incendio por unas sustancias químicas mal
almacenadas (clorato de potasio, azufre o similares). Por asuntos del amor, la pieza esa estaba
caliente y después del incendio duró muchos días oliendo a pólvora. A mi compañera también la capturaron en otra
pedrea y la tuvieron presa como una semana en la estación de la Alameda. Esa captura
fue cómica porque cuando se la llevaban por la pana los estudiantes seguían
tirando piedras. Temiendo que le fueran
a dar a ella, comenzó a hacer señas con el brazo en alto para dejaran de lanzar
peñones por un momento. Eso fue lo que
ella reveló después aquí entre nos, pero la leyenda cuenta que cuando la
capturaron ella iba levantando el brazo haciendo la V de la Victoria. ¡Es una berraca! decía todo el mundo.
Activista universitario que se respete ha estado preso por lo menos una
vez. Mi captura fue la única mientras
estuve en el movimiento estudiantil, pero años después fui capturado en otras
circunstancias. De eso no voy a hablar
aquí excepto por un detalle anecdótico. Fui cogido por el B2 y me llevaron a la
tercera brigada. Habíamos sido sapeados,
pero yo no llevaba nada comprometedor.
Cuando me llevaron ante un mando el tipo se puso a registrar el maletín
que yo cargaba al momento de la captura, seguramente esperando encontrar algo
subversivo. Sacó los dos libros que yo llevaba y atónito leyó los títulos: uno
era No más Vietnam de Richard Nixon y
el otro El significado de la relatividad
de Albert Einstein. Al hombre se le
rompieron los esquemas mentales y soltó la siguiente frase: “juepucha, se nos
están volviendo genios”. Pasados los años
me da mucha risa esa cara de sorpresa.
También pudiera decir que ese día Einstein y Nixon me salvaron. Pero también ayudó tener manos de pequeño
burgués y nada de marcas de morral. No
resisto contar otro par de anécdotas de esa captura: una, que yo era tan flaco
que cuando nos trasladaban en una camioneta era capaz de sacar la mano de las
esposas y volverla a meter. Y la otra fue que todo el camino nos levantaron a
música ranchera y una canción se quedó para siempre en mi memoria poética:
“sonaron cuatro balazos” que en un aparte dice: “yo tuve que irme pa’l monte y
allí me volví rebelde”. Excelente tema
para escuchar esposado en el baúl de una camioneta del ejército.
PININO. Oscar “el pinino”
Más fue un alero izquierdo del River Plate y selección argentina (también
estuvo en el Real Madrid) que en 1977 y 78 jugó con el América de Cali, equipo
que nunca había ganado un título. Pero
no voy a hablar de eso sino de Gabriel, mi último compañero de pieza, a quien
apodaban “el pinino” por sus habilidades como jugador de fútbol. El pinino venía de Caicedonia (“caichiperra”
la llamaba) y también estudiaba economía. Aunque no participaba casi del
movimiento estudiantil amplio, cuando conformamos la brigada semicerrada, el
hombre asumió con toda. Un error de apreciación que supe corregir fue creer que
los más consecuentes son los que se involucran en la lucha reivindicativa de
masas. No hay tal. Un activista social entusiasta puede ser un
mal militante y alguien aparentemente apático a la lucha social puede resultar
un gran militante. Pinino me sorprendió
favorablemente por su entrega y disciplina.
Pronto pasó a las grandes ligas. Cayó preso en la aventura del río Mira
y ya libre volvió a la carga en el Cauca, donde murió combatiendo. Guardo un gran recuerdo de Gabriel, como
persona, como amigo y compañero político.
Este recuerdo me evoca otra historia. En una ocasión que regresé a
Barranquilla estuve dialogando con Ramón Illán Bacca en el Bar-bar-o (fallecido
en 2021) de la 72 con 50. Cuando le
comenté que estudiaba en Univalle, me dijo: “¡entonces tú debes ser full
consecuente!”. Esa era la moral de la
época. Ser consecuente era nuestro imperativo categórico.
UNIVALLE: EPICENTRO SOCIAL Y POLÍTICO. En la Universidad del Valle estudiaban
jóvenes que eran líderes en diversos ámbitos sociales. Así que en la U confluían dirigentes de
barrios caleños, pueblos cercanos como Yumbo, Jamundí, Puerto Tejada,
indígenas, y de algunas ciudades más lejanas como Buenaventura, Pasto, Popayán,
Palmira, Buga, Tuluá. Con la FEUV se
potenció el carácter articulador de los movimientos sociales del epicentro que
constituía la universidad pública y sus Residencias. La FEUV coadyuvó a la organización de la
coordinadora de estudiantes de secundaria en Cali, así como formas organizativas
en la USACA y la Libre. La FEUV era
solidaria con las luchas del CRIC, el Movimiento Cívico Nortecaucano, el CRY,
el sindicalismo, los grupos juveniles, las juntas comunales, los paros cívicos,
las huelgas, las tomas de tierra y el movimiento campesino de la región. Asimismo se hacía eco de luchas nacionales e
internacionales. Por otro lado, la
universidad era la principal fuente de cuadros dirigentes para las organizaciones
políticas de izquierda, legales e ilegales.
La Universidad del Valle alrededor de 1980 era el nodo fundamental de la
lucha social y política de todo el suroccidente colombiano. Y el establecimiento lo sabía. Univalle estaba en la mira.
ESTARALFA Y VILLA LAGUNA. El
entronque del movimiento estudiantil con el pueblo caleño, valluno y
nortecaucano era muy fuerte. Por
ejemplo, a comienzos de 1979 hubo una inmensa manifestación de estudiantes de
Univalle, la USACA y de secundaria. En
esa marcha mataron al estudiante de secundaria Fernando Marin cerca a Santa
Librada. El funeral al día siguiente fue
masivo, en un cementario que queda cerca de Siloé. Las manifestaciones fueron reprimidas y los
estudiantes tuvimos que refugiarnos en Siloco, atravesando un laberinto de
trochas loma arriba, donde el pueblo nos protegió y escondió. Sentir esas emocionantes manifestaciones de
solidaridad reforzaba nuestras convicciones de que estábamos en la senda
correcta. Los estudiantes de Univalle
siempre eran bien recibidos en todos los sectores populares y de clase media. En una ocasión la FEUV me comisionó para un
evento sindical. Ese fue mi primer
discurso ante la clase obrera en SintraAnchicayá, inolvidable experiencia que
me hizo sentir como en un soviet de Petrogrado.
También recuerdo con mucho cariño a Enrique Giraldo, lúcido dirigente de
Sintragarantía, quien cayó en el palacio de justicia. Pero la huelga obrera que más recuerdo fue la
de Estaralfa que llevó a la toma de la fábrica por los trabajadores, algo
verdaderamente asombroso. Estaralfa se
convirtió en territorio libre. Allí
hicimos un seminario cerrado integral para formar una brigada estudiantil, paso
intermedio hacia las grandes ligas. Otro
hito histórico fue la recuperación de tierras de Villa Laguna (o Villalaguna),
un barrio que vi nacer y crecer, así como poco después vería a Las Malvinas en
Barranquilla. Era la lucha de la gente
pobre por el derecho a la vivienda. El
sector estudiantil más ligado a la toma de Villa Laguna fue el de los Comités
de Base, un sector M-L. Con ellos pude
asomarme a ese proceso, porque yo tenía la cualidad de llevarme bien con todos
los sectores revolucionarios y de ganarme el respeto de todos: FER, Comités de
Base, Alborada, Juco, anarcos. Como ya
narré tuve mi propio grupo en la Coordinadora de Combos.
MOVIMIENTO JUVENIL. Un
fenómeno social que no he visto en ninguna otra ciudad se generó ante mis ojos
en la ciudad de Cali por esos años. Por
todos los barrios populares empezaron a surgir grupos juveniles. Estos grupos hacían trabajo popular,
organizativo y cultural con la comunidad.
Estimo que su auge se da entre 1979 y 1982, coincidiendo con el auge del
movimiento estudiantil. Una peculiaridad
de estos grupos era el gusto por la música andina que venía del sur del
continente (mi favorito era el cassette de los tupamaros). En uno de esos años hubo hasta un Encuentro
Nacional de música andina. En una
ocasión, un amigo del barrio El Guabal me invitó a un encuentro de grupos
juveniles en Potrerito, Palmira. Para
colarme allí tuve que inventarme un grupo juvenil que no existía en un barrio
que sí existía. Estuve a punto de ser
descubierto en mi mentirilla y me mantuve en tensión todo el tiempo. Recuerdo que en el mayor de los encuentros
juveniles, realizado en una universidad privada, participaron cerca de 300
grupos, de esa dimensión era el movimiento.
Desde mi percepción la fuerza de ideas que movilizaba a esa juventud eran
el M19 y el cristianismo católico (la JTC).
En su evolución los grupos juveniles se plantearon, hacia 1981 tal vez,
el objetivo de “tomarse” las Juntas de Acción Comunal. No lo lograron del todo, pero sí que tuvieron
incidencia en el movimiento comunal.
También hubo organizaciones semicerradas juveniles, como la BPC (Brigada
popular Caleña) en El Guabal y alrededores.
No he visto que las ciencias sociales hayan estudiado este fenómeno
juvenil de los inicios de los ochenta en Cali.
LA VIVIENDA EN CALI. Para
1980 Cali estaba en pleno crecimiento poblacional y con un desarrollo urbano,
legal e ilegal, a toda marcha. Cuando
llegué a Cali en 1977 me conseguí un mapa.
A la Ciudad Universitaria de Meléndez sólo había acceso por la
Quinta. Entonces no existía Paso Ancho
ni la autopista Simón Bolívar tenía salida al sur de la ciudad, pero todo eso
ya aparecía con líneas punteadas en el mapa. Se sabía como sería el desarrollo
planificado de la ciudad, en particular toda esa zona sur ocupada por cultivos
de caña pertenecientes a ingenios azucareros de la oligarquía vallecaucana, así
que podemos imaginar el negociazo con la tierra en proceso de urbanización. Al mismo tiempo crecían como espuma las
“invasiones”, recuperaciones de tierra en Aguablanca, Siloé, Terrón Colorado,
es decir, el pueblo se desplegaba en las estribaciones de la cordillera
occidental y en las orillas del río Cauca y los canales, mientras el desarrollo
de clase media y alta se daba en los ejes vertebrales de la zona plana. Sin
embargo, a diferencia de Barranquilla que tenía y tiene los ricos al norte y
los pobres al sur, en Cali los ricos estaban en el norte, el sur y el oeste,
mientras los pobres se expandían hacia el oriente, pero también había zonas al
oeste, sur y norte. Esta extraña
zonificación tiene que ver con la geografía y la historia de la ciudad. Todo ello llamaba mi atención. A lo largo de mi vida en Cali entre 1977 y 1983
alcancé a conocer la ciudad como la palma de mi mano. Tuve amistades en muchos barrios y antes y
después de Residencias viví en más de 15 lugares. Una de esas amistades fue Félix, un muchacho
de raza negra que estudiaba sociología y años después se fue al África a buscar
sus raíces. La casa de su extensa
familia en El Guabal evidenciaba una característica interesante del proceso de
vivienda en Cali que no se daba en Barranquilla. La gente iba construyendo su casa poco a poco
a punta de mingas, primero un piso, luego el segundo, luego el tercero y
así. Tirar la plancha en una casa era
todo un acontecimiento comunitario en un barrio popular. La casa de la familia de Félix ya tenía 4
pisos. Cuando años después volví a Villa
Laguna, un barrio que vi nacer con casitas de bahareque y palitos ya había
también casa-edificios de 4 pisos. Mi
tesis es que este fenómeno cultural tiene base geográfica, pues creo que
depende del agua y la gravedad. Debido a
que el agua de Cali viene de arriba, de la montaña, tiene suficiente presión
para subir varios pisos. En Barranquilla
el agua, si acaso hay acueducto, viene de abajo y debe ser bombeada a tanques
para luego ser distribuida. Extender
redes es perder presión. Construir
segundo piso implica que el baño no va a tener agua corriente. Además en el Suroccidente de Barranquilla la
mayoría de barrios ni siquiera tenía agua y debían comprarla a carrotanques en
calderetas. Como no era potable los
niños morían de gastroenteritis y la gente sufría de enfermedades digestivas.
ELECCIONES A LA FEUV. En
noviembre de 1980 se dieron por fin las elecciones al Comité Ejecutivo de la
FEUV que hasta entonces seguía siendo provisional. Cerca de la mitad del estudiantado, si mal no
recuerdo, participó en la jornada que se desarrollaba por Facultades. En Ciencias Sociales y Económicas hubo dos
planchas (con titular y suplente). Una
la encabezaba Álvaro Astudillo, concejal de Popayán y dirigente de la
Juco. La otra la encabezaba yo y mi
suplente era Félix, el muchacho de sociología.
Recuerdo que hubo entre 300 y 400 votos.
Ganamos, logramos duplicar al adversario, derrotamos a los mamertos. De esa manera me mantuve en el Comité
Ejecutivo y allí llegué al máximo cargo: Secretario General. En esas elecciones la izquierda arrasó. Los mamertos sólo sacaron un representante,
mientras el resto de sectores de izquierda éramos mayorías. Casi todos los “ejecutivos” éramos
militantes. Apenas hubo uno o dos medio
independientes, los de San Fernando. Con
este proceso la FEUV se consolidó aún más y alcanzó su madurez. Pero para entonces el gobierno colombiano y
la élite que maneja este país ya había preparado y lanzado su contraofensiva:
el Decreto 080 del 80, más conocido como la Reforma Post-Secundaria (o reforma
universitaria). Eran los inicios de la
imposición neoliberal, a tono con lo que venía sucediendo en el mundo y que
marcarían la década (victorias de Reagan y Tatcher). Precisamente en 2020 publiqué una columna en
El Unicornio y un video en Youtube titulados: “1980, el año en que todo
cambió”. En nuestra euforia no eramos
plenamente conscientes del viraje geopolítico del mundo.
ENCUENTROS NACIONALES ESTUDIANTILES. Entre los recuerdos entrañables de la vida
universitaria se destacan los encuentros estudiantiles. En su momento los viví como escenarios
estratégicos de lucha política, pero hoy los rememoro como vivencias
existenciales de calor humano y experiencias vitales de un tipo extraordinario
de socialización. Largos viajes en bus
cantando y tomando aguardiente, hospedajes en casas de amigos durmiendo en el
piso, emocionantes enfrentamientos dialécticos en las asambleas, discursos
vibrantes, profundas elaboraciones de documentos analíticos sobre la reforma
universitaria, y fiesta, paseo, turismo, amistades, amores. Recuerdo
especialmente dos encuentros de 1980 suscitados por la reforma universitaria. Si la memoria no me falla el primero fue en
la Universidad Nacional hacia mitad de año.
El 27 de febrero el M19 se había tomado la embajada de la República
Dominicana frente a la universidad sobre la carrera 30, hecho político-militar
que duró dos meses y atrajo la atención del mundo entero. Por eso recuerdo la fecha aproximada de este
encuentro convocado por la UNEC, pues durante el evento sacamos un espacio para
hacer turismo en la casa donde había estado ubicada la embajada. Resulta que
ese lugar se había convertido en un auténtico sitio turístico visitado por decenas
de personas cada hora, las cuales hacían un recorrido guiado, léase bien. Y es que la embajada había sido desocupada y
un muchacho dominicano era como una especie de celador y tenía un lucrativo
negocio como “guía turístico” del sitio.
El Encuentro del movimiento estudiantil nacional se suponía que era para
enfrentar unidos la reforma y toda la arremetida gubernamental, pero en
realidad era una gran batalla entre los dos grandes sectores: por un lado la
UNEC de los mamertos y sus aliados, por el otro el resto de la izquierda
liderados por la FEUV, que por entonces aparecía como la organización gremial
universitaria individual más fuerte en el país, por encima de la AUDESA de la
UIS (que tenía una dirección de 18 personas dividida en tres pedazos de 6
compañeros entre moirosos, mamertos y Sin-Permiso, lo cual complicaba su
funcionamiento). En Antioquia, Atlántico
y la propia Nacional la organización gremial estaba bien enredada en el nudo de
anzuelos de la izquierda. La UNEC, por
su parte, era en realidad una organización de segundo nivel, más política que
gremial. El momento apoteósico fue el
enfrentamiento de discursos entre José Antequera por la UNEC, que jugaba de
local y Javier Moreno de la FEUV, que jugaba de visitante. Creo que el partido terminó en empate y sin
unidad. Así que meses más tarde, en una
fecha insólita (diciembre, casi en navidades), la FEUV convocó un evento que se
llamó Encuentro Nacional de Emergencia en Univalle. Allí jugamos de local. La división de la izquierda impedía la unidad
estudiantil, pero la derecha encarnada en el gobierno de Turbay sí estaba unida
y en 1981 lanzaría un golpe mortal al corazón del movimiento estudiantil de
Univalle y, en general, de Colombia: el cierre de las residencias
estudiantiles.
ALLANAMIENTO DE RESIDENCIAS. En el Bloque 7 vivía un muchacho
blanco de Buenaventura apodado “mi sangre” (expresión usada por jóvenes negros
con sus hermanos de raza). Era un
personaje. Cuando se emborrachaba, o a
veces sin necesidad de ello, le daba por sonar una estridente corneta a las 4
de la madrugada y despertar a todo el mundo.
Enseguida se armaba una algarabía de madrazos y gritos. En ocasiones acompañaba su odiosa broma con el
grito de “se metió la tropa” y todo el mundo se ponía pilas para botar todo lo
comprometedor que tuviera en la pieza.
No era difícil enervar a un residente con la amenaza de allanamiento que
era como una espada de Damocles que pendía sobre nuestras cabezas. La guerra entre el movimiento estudiantil y
la denominada “fuerza pública” venía en ascenso, la tensión crecía por períodos
y a cada rato circulaban rumores de que la tropa se tomaría el “territorio
libre” de Meléndez. Hacía poco habían
asesinado a Hernán Ávila en predios universitarios. En la madrugada del 18 de mayo de 1981 “mi
sangre” sonó la trompeta y gritó que la tropa estaba entrando. Como en la fábula del pastorcito mentiroso,
la mayoría no le creímos. Pero por si
acaso era mejor asomarse. En medio de la
oscuridad divisé sombras que se movían entre el bloque 6 y el 7 y un soldado
parpetado detrás de un árbol. ¡Mierda!
¡Era verdad! Uno demora varios
minutos en asimilar que no se trata de un sueño, una pesadilla largo tiempo
incubada estaba teniendo lugar y había que botar por el baño todo material
comprometedor, ¡rápido!. Entre
quinientos y mil unidades del ejército, la policía, el B2, el F2, escuadrones
de toda índole se tomaron las históricas residencias de Univalle que se
construyeron para alojar a los atletas de los juegos panamericanos de
1971. Entraron en los pisos gritando,
pateando y amenazando, armados hasta los dientes. A cada pieza entraron 2 o 3 agentes. Yo estaba solo cuando entraron en la mía tres
del F2, registraron todo, echaron todos los libros y papeles al piso, rompieron
objetos, pero no encontraron mayor cosa, salvo libros de marxismo, revolución o
ciencias sociales. Dos cosas le llamaron
la atención al tipo que dirigía al grupito.
Tomó un librito rojo oscuro y me lo espetaba en la cara: ¿qué es esto?
¿qué es esto? Yo le respondí: es la Constitución
de Colombia. Luego encontró un calendario de bolsillo de Radio Habana Cuba con
una foto del Ché por un lado y el calendario por el otro. Y volvió a repetir la pregunta: ¿qué es
esto? Pues un calendario de una emisora,
dije. Esos calendarios los recibíamos
los jóvenes de los setenta desde que estábamos en el colegio y sin ser de
izquierda, pues en aquellos años era una afición de muchos oir radio de onda
corta y Radio Habana era de las que mejor se sintonizaba. Uno escribía y le
mandaban chucherías, en esa y otra emisoras como Radio Netherland por
ejemplo. A algunos estudiantes se los
llevaron presos (entre ellos a “mi sangre” por la trompeta), a la mayoría nos
soltaron. No parecían tener inteligencia
previa de quién era quién. Me
permitieron recoger algunas cosas y salí con una maleta dejando un montón de
ropa, libros, objetos. En la
panamericana fuimos la burla de los vecinos de Ciudad Jardín, un barrio estrato
alto, que por fin se libraban de nosotros (sin embargo, las tomas de la
panamericana no terminarían). Pocos días
después nos permitieron entrar a recoger algunas cosas. Todo era un revoltijo en el piso. Me llevé otra maleta llena, pero como yo
venía de la Costa tenía muchas vainas, más que los jóvenes de residencia que
vivían en el Valle y viajaban cada rato a su casa. Allí, en la gloriosa 2010, quedaron muchos
libros. Los que me llevé los guardé
donde una pariente que luego los botó. Algunos yo los había sacado desde antes
y estaban donde amigos. Por ejemplo, los
tres tomos de El Capital de Karl Marx
se los regalé a Jaime, compañero de curso que vivía en el barrio Colón. Más de dos décadas después me ví con Jaime en
Estados Unidos, fuimos a una librería y me regaló The Blank Slate de Steven Pinker.
Así terminó mi segunda biblioteca.
RESISTENCIA ESTUDIANTIL. A
pocos días del allanamiento renunció el rector Carlos Trujillo (que había sido
ratificado apenas el 23 de marzo) y la universidad fue cerrada por varios
meses. Recuerdo a Trujillo como un
rector demócrata, como después Orlando Márquez y Jaime Galarza. El movimiento estudiantil se reagrupó en San
Fernando, pero se fue debilitando con el desgaste del tiempo y la dispersión de
los estudiantes. La mayor acción de
resistencia se dio en alianza con la UNEC, o más exactamente con la Juco. Hubo una reunión en la cafetería de economía
que ya estaba abierta entre José Antequera, Ariel Sánchez y yo. Soy el único sobreviviente de los tres. Ariel era un líder estudiantil cuando yo
ingresé a Univalle, luego se graduó y se fue, pero no precisamente a ejercer su
profesión, sino a las grandes ligas. En
Univalle Ariel era apodado “el mazo”, término caleño para el buen
estudiante. Su familia vivía en el edificio
Venezuela al norte de la ciudad. En
noviembre de 1985 Ariel cayó combatiendo en el palacio de justicia, al igual
que otros compas de Univalle. El
objetivo de la reunión fue coordinar una acción en Bogotá: la toma pacífica de
la embajada de Francia por estudiantes.
Esta acción se llevó a cabo con relativo éxito, pero a la postre el
balance fue infructuoso, la reforma universitaria siguió su curso, resurgieron
los consejos superiores, las matrículas se encarecieron, las residencias
desaparecieron, el neoliberalismo se impuso.
Pero también hay que decir que las organizaciones políticas de izquierda
instrumentalizaron a éste y otros movimientos sociales, extrayendo sus líderes
y activistas (a veces con la disculpa de la seguridad). Los movimientos sociales terminan así
supeditados a la estrategia de poder prioritaria de la vanguardia política. Sin
embargo, era lo que todos anhelábamos.
La revolución se veía cerca, tras el triunfo nica, la guerra escalaba en
El Salvador y en Colombia iba en ascenso con gran acogida popular en ciertos
sectores, como por ejemplo en los barrios de Cali o en la zonas rurales del
Cauca.
EPÍLOGO. En 1982 tuve que
abandonar la carrera de Economía cuando ya había matriculado el último
semestre. Ni siquiera pude hacer el
retiro formal. El asunto era de
seguridad, el peligro de seguir en la universidad era de grado máximo. Ocho o nueve años después intenté
reintegrarme, pero ya el pénsum había cambiado, el asunto estaba complicado
pues la carrera era diurna y mis intereses ya no apuntaban a la economía que
fue una escogencia generada por mi estudio del marxismo. Desde 1980 tomé distancia de esta ideología y
hacia el año 2000 escribí para saldar cuentas un breve texto titulado “Qué
quedó de Marx” que publiqué en Destellos
sobre el abismo. Con mi compañera de Univalle tuve un hijo algunos años
después de habernos alejado de la universidad, quien también estudió en
Univalle ya en el siglo XXI. Por mi
parte, en 1996 ingresé a una maestría en filosofía de la ciencia ofrecida por
la Universidad del Valle en alianza con la Universidad del Norte. Y gracias a los profesores de Univalle hice
un procedimiento inusual pero reglamentario llamado Convalidación, cuyo único
antecedente, al parecer, había sido el escritor Julián Malatesta (diferente fue
el caso de Estanislao Zuleta quien recibió un grado profesional de psicología
honoris causa en 1980 y ese día leyó Elogio
de la dificultad). Utilizando mis
estudios de economía, mis experiencias laborales en investigación, periodismo
científico y divulgación científica, más unos trabajos filosóficos de rigor, me
gradué finalmente de Licenciado en Filosofía en plena madurez. Cuando estaba en ese trámite tuve que ir a
las oficinas del programa de filosofía que quedaban en el Bloque 3, ¡el bloque
de las mujeres! Y fue precisamente en
las habitaciones de la pasión juvenil, la del incendio de clorato de potasio y
azufre en el segundo piso, ahora convertidas en adustas oficinas burocráticas,
donde hice la gestión del irónico diploma.
Cuando salí de Univalle en 1982 ya llevaba más de tres años en la
militancia y en ella seguí en diferentes territorios de Colombia, urbanos y
rurales. Gracias a ella viví
experiencias con el Frente Cívico Popular del Suroccidente de Barranquilla, las
Aguachernas y otras luchas urbanas en el Caribe a mediados de los ochenta, y luego
en la segunda mitad de la década pude aproximarme al movimiento campesino en
una extraordinaria vivencia en el departamento del Cesar. Las grandes aventuras
de la militancia ochentera tendrá que ser motivo de otra narración. Alrededor de 1990 regresé un día a Univalle,
recorrí con nostalgia sus predios donde viví tantas emociones. Cuando llegué al edificio de Administración
vi algo que me impactó profundamente y jamás olvido. En el jardín del frente del edificio había
sembradas más de 50 cruces, cada una con un nombre. Eran las decenas de estudiantes de la
Universidad del Valle que cayeron en la lucha social y política de los años 70
y 80. Quizás no estaban todos. Una generación noble y generosa, capaz de
entregar su vida por objetivos supraindividuales. Una generación con ideales compartidos,
anhelos de cambio por una Colombia justa, libre, digna y democrática. A ella pertenezco.
Suelo firmar El Búho, pero en
esta ocasión mejor firmaré El Gato.
Marzo 2021.
Desde la montañas… de libros que tengo por toda la casa.
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